Algunos de los términos que más se usan hoy día en los foros de desarrollo personal y organizacional son formas renombradas de expresiones ya existentes en nuestra lengua o en otras lenguas, como la inglesa.
Así, mindfulness es un sinónimo de attention, que probablemente precedió a este último término cronológicamente, pero que cayó en desuso hasta que fue recuperado en los años 70 con un éxito gigantesco. Traducido como atención plena o conciencia plena, fue reintroducido por Jon Kabat-Zinn para denominar una técnica de reducción del estrés, extrayéndolo así –secularizándolo – de su contexto original, estrechamente relacionado con el ámbito de la espiritualidad. http://gty.im/1182742596
Mindfulness también suele definirse como la conciencia que surge de la atención al momento presente y sin emitir juicios. En el fondo, se trata de la misma actitud que está en la base de determinadas formas meditativas, pero trasladada, al menos en la propuesta de Kabat-Zinn, al terreno terapéutico (estrés, ansiedad, síndrome de estrés postraumático) o incluso como técnica de preparación psicológica de tropas antes de iniciar un combate (soldados norteamericanos desplegados en Irak y Afganistán).
En el ámbito de la lengua castellana hemos adoptado sin resistencia el término mindfulness, como no podía ser de otra manera dada la enorme capacidad colonizadora que posee la lengua inglesa. Y esto hasta el extremo de que las palabras meditación o contemplación cada vez se oyen menos cuando nos referimos a la práctica de la atención plena. No obstante, si se me permite, la meditación estaría un paso más allá de la atención plena, siendo ésta, sin embargo, condición imprescindible de la meditación.
«En el fondo, se trata de la misma actitud que está en la base de determinadas formas meditativas, pero trasladada, al menos en la propuesta de Kabat-Zinn, al terreno terapéutico (estrés, ansiedad, síndrome de estrés postraumático) o incluso como técnica de preparación psicológica de tropas antes de iniciar un combate (soldados norteamericanos desplegados en Irak y Afganistán).»
Desde mi punto de vista, para buscar la equivalencia en nuestra lengua a todo lo que envuelve el término mindfulness basta con la sencilla palabra atención, puesto que las cualidades de la verdadera atención no son otras que las de la conciencia plena, exenta de juicio, ante cualquier situación interior/exterior que sucede en el momento presente. Podríamos hablar entonces de una práctica de la atención, sin necesidad de describir todos sus atributos.
Empoderamiento, por su parte, no es una palabra nueva en castellano, pues se usó antiguamente como sinónimo de apoderar. Recuperada para nuestra lengua a partir del inglés empowerment, que procede del verbo to empower, comenzó a emplearse en sociología política con la acepción de dar o conceder poder a grupos desposeídos socioeconómicamente, o civilmente, con el objetivo de mejorar sus condiciones de vida.
Sin menoscabo de este significado, empoderamiento ha evolucionado también pronominalmente, perdiendo su exclusiva condición de donación o concesión y adquiriendo el matiz de adquisición por uno mismo. En este caso no se trata ya de “ser empoderado” o “empoderar a”, sino de “yo me empodero”, locución equivalente al “yo tomo las riendas” castellano.
Tomar las riendas, por ejemplo, de mi vida o de mi destino, o de un proyecto, significa también que me auto-reconozco el derecho a desarrollar las capacidades necesarias para ese fin y que tengo conciencia del derecho que me asiste y lo reclamo.
El tercer término a examinar en este modesto texto es la expresión autoliderazgo. Las organizaciones han pasado en estos últimos tiempos de poner sus recursos al servicio de la formación de líderes a ponerlos al servicio de la formación de «autolíderes». Dicho de otra manera, se esfuerzan en crear competencias para contribuir a que los individuos sean líderes de sí mismos. En el fondo, se trata de una toma de conciencia básica: probablemente nadie puede convertirse en un buen líder si no es capaz de autoliderarse. ¿Y qué quiere decir autoliderarse? En definitiva, sentar las premisas sine qua non para llegar a ser ese buen líder, pero empezando, ahora sí, la casa por los cimientos y no por el tejado.
Algunos teóricos del autoliderazgo opinan que las tres características básicas – y capacidades a conquistar – de quien se quiere liderar a sí mismo son las siguientes: autoconciencia, autoconfianza y autoeficacia.
Pero claro, sin autoconciencia no puede haber conciencia de los otros, de los miembros de los equipos, de sus capacidades, de sus fuerzas y de sus debilidades, conocimientos imprescindibles para la asignación de tareas en el objetivo común. Pues la conciencia del otro se refleja – resuena – en la conciencia propia (autoconciencia). Y sin autoconciencia, nada del otro – de lo otro – se refleja o resuena.
Sin autoconfianza – no es necesario añadir más – no podemos confiar.
Y sin autoeficacia, en el sentido de la creatividad y de la innovación, no estamos en disposición de alentar los cambios, las medidas o las estrategias que traen fertilidad a los proyectos comunes.
Estamos, pues – y creo que es una bendición -, redescubriendo la pólvora; es decir, volviendo a poner en el centro la necesidad de desarrollar los valores fundamentales del gran protagonista de esta historia: el individuo.
Que las organizaciones inviertan sus recursos a favor del autoliderazgo – o, dicho de otra manera, y como se le ha llamado siempre, del autoconocimiento – creo que es una buena noticia.